La bofetada de Gilda by Kike Cherta

La bofetada de Gilda by Kike Cherta

autor:Kike Cherta
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Otros, Relato
publicado: 2019-06-15T05:00:00+00:00


COMA

1

EL MEXICANO BORRACHO me dice: tu padre es un héroe.

También dice: en el cielo de Arreit, se balancean impasibles las siete lunasoles. Resplandor difuso como de película francesa de los sesenta. Y además: la estepa se extiende devastada y naranja y los pulicrontes cabalgan en ordenada formación.

Ochenta mil pulicrontes, me jura, me insiste el mexicano, ochenta mil pulicrontes grandes y peludos como mamuts. Patas como columnas dóricas. Cuernos de macho cabrío. Rostro de gorila. Imagínatelo, me dice: el sonido de sus pasos es ensordecedor. Imagínatelo: sobre cada pulicronte cabalga un guerrero fiero. Llevan lanzas decoradas con plumas de toitxail y la barbilla alzada de los valientes. Es así, nomás. Es verdad. ¿Qué gano yo mintiéndote? Cicatrices en las mejillas. Parches en el ojo. Máscaras de cerámica que esconden quemaduras horribles. Todo un pinche ejército. Imagínatelo.

Y en el centro de la formación, algo adelantado, el Gran Soñador dirigiéndoles. Sabe que la batalla final está cerca, pero no siente miedo. Insiste mucho en eso, el mexicano, varias veces, como un disco rayado, no siente miedo, no siente ni una miguita de miedo. El Gran Soñador es el mejor estratega que los manuscritos de Arreit han conocido. Su voluntad es fuerte como la de un recién nacido. El Gran Soñador, óyeme bien, güerito, jamás ha perdido un combate.

Es un héroe.

El adorado elegido.

El Gran Soñador es mi padre.

Eso me dice y me repite y me vuelve a repetir el mexicano borracho, qué tostón, mientras me roba dos patatas de mi menú de cafetería de hospital.

El mexicano borracho apesta a tetrabrik de Don Simón. Tiene el tamaño y la forma de un buzón de correos. Sí. Igualito que un buzón de correos. Bajito, compacto, redondo. Unos sesenta y pocos años. O cincuenta y muchos mal llevados. Barba mal rasurada. En la manga, un pegote de mocos secos.

Yo le digo que me deje en paz. Él me dice que mi padre le envía. Yo le digo que está loco y que yo no hablo con locos. Él me dice que el destino de todo el pinche universo depende de mí. Eso me dice y, sin dejar de mirarme a los ojos, tantea mi plato con una mano y se lleva otras tres patatas fritas a la boca.

El mexicano borracho se relame. Muy lentamente, igual que un niño aplicado que lee en clase, repite: el-des-ti-no-de-to-do-el-pin-che-u-ni-ver-so.

Yo blasfemo, me cago en su sangre azteca, le amenazo con la autoridad. Voy a llamar a la policía como no te largues o, al menos, voy a avisar al encargado de seguridad, te van a echar de aquí, te van a pedir los papeles, te vas a enterar. Él se ríe. Restos de patata frita machacada sobre su lengua morada. Otra vez: tu padre, carnal, tu padre es quien me envía.

El resto del comedor nos observa fingiendo no observarnos. Burbuja de silencio impostado a nuestro alrededor. Una familia muy formal, con padre calvo, madre teñida de rubio platino e hija con gafas de pasta, me estudia arrugando la nariz. ¿Me recriminan así la forma en que trato al mexicano borracho? Está borracho, el mexicano está pirado.



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